En el
ámbito del pensamiento político de izquierda se suscitan varias discusiones en
torno a cuál debe ser la labor de las organizaciones que realizan o se plantean
un trabajo en los sectores populares. Históricamente y tal vez con más
intensidad en la actualidad se contraponen dos visiones radicalmente diferentes
sobre ello: la una que argumenta que este trabajo no debe imponer o influir
directamente en los procesos de conciencia sino dejar que estos se desarrollen
libremente; y otra que manifiesta que la tarea consiste en elevar el nivel de
conciencia de los sectores populares a través de un trabajo político
específico. Esta es una diferencia no sólo de forma, sino de fondo, que tiene
que ver con la concepción desde la cual parten las organizaciones e influye de
hecho en el método y estilo de trabajo que desarrollan.
La vía
espontánea o seguidista
En la
primera visión, es decir en quienes argumentan que no se debe politizar a los
sectores populares de una manera directa coinciden dos posiciones diferentes:
la oportunista y la seguidista.
En el
primer caso nos referimos a las organizaciones reformistas de la izquierda
tradicional que no tienen como objetivo desarrollar la conciencia de los
sectores populares pero basados en una lógica instrumental, es decir para
utilizarlos de acuerdo a sus aspiraciones clientelares y oportunistas.
Estos
sectores ven al pueblo como un escalón para trepar a posiciones que les
permitan hacer vida económica de la política. Anulan cualquier iniciativa
directa de las masas e infunden en ellas una dependencia reivindicativa que
permita asegurarlas como un simple número para sus cálculos electorales o como
carne de cañón en formas de presión a los gobiernos con los que no logran
acuerdos. A través de sus abogados, dirigentes sindicales, asambleístas,
funcionarios gubernamentales, sociólogos, curas, etc., ofrecen solucionar
ciertas necesidades que generalmente en la práctica no se cumplen, pero que por
su supuesta “calificación profesional” se podrían lograr.
Esta
posición no difiere de la de las clases dominantes pues mientras más alienación
y atraso cultural y político tengan las masas, ellos pueden utilizarlas a su
conveniencia. Dividen el trabajo entre los “intelectuales” y políticos y los
sectores populares, los primeros son los que toman las decisiones y los
segundos los que las aplican, los unos deciden todo y los otros tienen que
asistir a marchas que no saben de fondo para qué son, o pegar afiches o hacer
labores poco especializadas.
El hecho
de que tengan un trabajo en los sectores populares no garantiza de ninguna
manera que respondan a sus intereses, pues esa lógica instrumental de carácter
oportunista es la que opera de fondo. Incorporan un método y estilo de trabajo
burocrático donde las masas no tienen posibilidad de decidir, participar o
cuestionar. Simplemente es mantener a los sectores populares en un estado
mínimo de conciencia para poder utilizarlas libremente.
En el
segundo caso nos referimos especialmente a colectivos que están influenciados
por corrientes anarquistas o que no poseen una ideología definida y se
construyen bajo una mixtura de vertientes políticas que desembocan en un
eclecticismo totalmente inoperante e inofensivo para el poder. Estos grupos
argumentan que realizar un trabajo político destinado a elevar el nivel de
conciencia en los sectores populares es adoctrinamiento. Si bien generalmente
en ellos no opera de fondo una lógica instrumental, el resultado es el mismo
que en los grupos oportunistas, pues no le aportan una visión más profunda
sobre la realidad a las masas, lo que mantiene constantes las formas de
dominación y hegemonía impuestas por el sistema imperante.
Estos
grupos se encuentran inspirados en una ideología seguidista que significa que
van al mismo ritmo de las amplias masas, sin aportarles decisivamente nada. Son
realmente formaciones espontaneístas tanto en su fondo filosófico como en su
práctica organizativa. Desprecian el papel de la teoría, del estudio profundo
de la sociedad, rinden culto al empirismo más básico desechando el desarrollo
de un verdadero plan revolucionario. Ello desemboca en un trabajo primitivo,
artesanal, poco preparado que no tiene éxito y desalienta constantemente a
personas que pretenden “hacer algo”. Ello no es un hecho casual sino que sirve
como legitimación ideológica de su poco compromiso, de su indisciplina e
irresponsabilidad, una auto-justificación mediocre que encubre su falta de
decisión política para dejar de lado sus privilegios pequeño burgueses.
Se basan
en el discurso de la resistencia y no de la revolución, de la defensa y no del
ataque, de la creación de “micro espacios” y no de un nuevo poder. Hacen
campañas para no consumir ciertos productos pero no atacan la estructura de
explotación que los genera; hablan de cambio cultural pero no crean una cultura
nueva; hablan de cambiar primero nosotros sin acabar con las condiciones que
producen el ser social del capitalismo.
Además
caen en lógicas posmodernas que niegan la lucha de clases y exaltan el
particularismo, atomizando la lucha a pequeñas esferas desligadas entre sí; así
pues surgen los colectivos feministas, ambientalistas, antifascistas,
culturalistas, etc., que son fácilmente asimilados por el sistema. Así pues la
revolución para estos grupos se convierte en una palabra vaciada de contenido, no
resulta ser más que un hobby al que se destina el tiempo libre.
El
peligro de estas corrientes es que inducen a la comodidad a muchos jóvenes, los
militantes son reemplazados por los activistas en el mejor de los casos, o por
una alternatividad que desfallece privilegiando lo individual sobre lo
colectivo, lo personal sobre lo grupal. Sin duda hay gente con una motivación
de cambiar la sociedad pero que es desgastada y corrompida en estos espacios.
Muchos de
estos grupos desaparecen poco tiempo después de constituirse, no poseen una
línea política definida ni un plan serio. Varios sólo se plantean “hacer algo”
y muchas veces no lo llevan a la práctica, o son arrastrados en ocasiones por
el aparataje de la izquierda tradicional. Es un romanticismo pequeño burgués de
corte seguidista que rinde culto a la espontaneidad y al seguidismo y que no
representa un problema real para el poder y que es ajeno a los sectores
populares pues ven a estos como entes extraños, fuera de ellos, a los que
“ayudan sin imponer”.
La
orientación comunista sobre el trabajo popular
La
orientación comunista en el trabajo popular difiere radicalmente de las
posiciones explicadas anteriormente, pues su objetivo es realizar una
revolución potenciando los procesos de concienciación, organización y lucha de
los sectores explotados y oprimidos por el capitalismo.
El
capitalismo produce un ser social influenciado directamente por los valores,
concepción e intereses del mismo, complementado por una dominación ideológica
permanente destinada a tergiversar la realidad y a que las masas normalicen y
naturalicen su situación. No realizar un trabajo político en las masas
significa hacer directa o indirectamente una apología al sistema. Los
detentadores del poder se sienten tranquilos mientras las masas acepten su
hegemonía.
Los
comunistas sostenemos que para romper ese cerco ideológico de dominación el
nivel de conciencia de las masas debe elevarse y que esto no se produce por vía
espontánea. Es decir para comprender algo tan complejo como la sociedad hay que
estudiarla científicamente. El conocimiento espontáneo, sensorial o la
conciencia en sí son procesos que se desarrollan en cada persona, constituyen
su primer acercamiento a la realidad y están dados especialmente por la
experiencia individual. Esto ocurre siempre, pero si se queda allí no va a
darse una explicación de las cosas de una manera más profunda, en ese sentido
esa experiencia adquirida debe permitir que elaboremos juicios y conceptos para
profundizar nuestro entendimiento de la realidad, es decir una consciencia
política, un conocimiento racional, una conciencia para sí, donde se comprenden
las causas de las cosas y se puede platear a través de ese conocimiento
procesos de transformación de una situación.
Los comunistas por ello afirmamos
la ligazón indisoluble entre teoría y práctica pues se alimentan
dialécticamente para provocar un entendimiento mayor. Si las personas se basan
simplemente en sus experiencias directas y no recurren a la teoría para
explicarlas profundamente no podrán entender por qué ocurren las cosas y
actuará simplemente respondiendo a sus necesidades inmediatas y a sus
instintos. Por ello para comprender la realidad debe darse un proceso de
conocimiento que incluya la teoría como práctica concentrada o experiencia
sintetizada pues el conocimiento es un elemento social y no individual
únicamente. Es decir para romper el cerco ideológico impuesto por las clases
dominantes, el proletariado y los sectores populares deben estudiar cómo
funciona la sociedad para comprender la sociedad y luchar por su transformación
y ello como tal implica un conocimiento científico.
Si bien
la burguesía utiliza y desarrolla (limitadamente) la ciencia en varios campos,
en el estudio de lo social no la fomenta pues hacerlo contravendría sus
intereses clasistas. Deforma la realidad basada en su aparataje mediático,
religioso y educativo ordenado desde una intelectualidad orgánica afín al
sistema provocando una ideologización permanente en los sectores populares.
Así pues
para romper prácticamente ese cerco ideológico es obvio que se necesita
difundir el conocimiento de lo social de una manera profunda en las masas. Pero
ello no se logra con frases pomposas o romanticismos descontextualizados, sino
con un proceso organizativo que permita ello. Así como la clase dominante
genera sus aparatos para ideologizar, los sectores explotados deben generar sus
propios elementos organizativos para salirse de esa influencia. Así pues la
creación de organizaciones populares debe tener entre sus objetivos fomentar
esos procesos de conciencia por más amplias que sean. Sin embargo es necesario
que los trabajadores más conscientes provoquen que sus hermanos de clase
cumplan con ello, y en ese sentido es innegable la necesidad de una dirección
revolucionaria que lo garantice.
El
proceso que llevan los comunistas en las masas está orientado a potenciar su
conocimiento de la realidad. No es pura y simple ideologización, eso hace la
clase dominante y la izquierda oportunista. Los comunistas buscamos que la
verdad se devele, que las cosas se entiendan tal y como son, partimos del
principio que toda verdad es revolucionaria y por lo tanto ayuda a llegar al
comunismo. Entender cómo funciona la sociedad es el golpe más despiadado para
la burguesía porque ello permite plantearse la transformación revolucionaria.
Existe una diferencias muy grande entre ideologizar o adoctrinar y la búsqueda
de la verdad. Por lo tanto no es fanatismo sino elevación del nivel de
conciencia.
El
marxismo proporciona a través de su método: el materialismo histórico los
elementos teóricos y las categorías para comprender la sociedad de manera
integral y profunda. Y la difusión y aprehensión de las masas de ese método es
fundamental si se quiere revolucionar lo existente. Marx develó de manera científica
no sólo como es la sociedad capitalista sino mediante su desarrollo teórico
logró establecer los principios y leyes sobre los que se levanta cualquier
estructura social.
La forma
de llevar a cabo ese entendimiento en las masas funda una metodología anti-burocrática
y anti-elitista, pues los comunistas forjan espacios destinados a esa formación
política teórica y práctica. Si las masas adquieren mayor conocimiento no serán
controladas y utilizadas sino creadoras dinámicas y activas de si destino. El comunista
no va como adoctrinador, jefe o profesor, sino que entiende la responsabilidad
que conlleva tener ese conocimiento y regarlo en el único terreno fértil: las
masas. Además volcán ello a la transformación. Parte de la reflexión, de los
hechos concretos, de las aspiraciones y necesidades pero va más allá.